sábado, 12 de diciembre de 2015

Donde quiera que estés

Agradezco que estés,
no he dicho donde, pero si que estés,
aunque no sea conmigo.
Pusiste todo
donde no había nada,
me hiciste inmensa
cuando me sentía pequeña.
Conociéndome
junto con mis inseguridades,
con mis miedos.
Caminando por Madrid,
atravesando cada una de sus calles
pescando nuestros sueños,
con tu recuerdo en mi cabeza,
tu olor en toda persona que pasaba a mi lado
y el primer beso en aquella esquina.
Sabiendo de donde vengo,
pero sin saber a donde voy,
si no estoy contigo. 
Aprendí a quererte por la noche,
y por el día.
En todas las cosas de este mundo,
hasta el amanecer.
Por encima de aquello que prometiste darme.
Ahora estoy a falta de ello,
a cambio de tu arrogancia.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Mi mejor melodía

Me decía que no escribía,
que había dejado de componer.
Pero cada vez que le miraba a los ojos
veía una nota musical
y cada vez que sonreía
era uno de sus pentagramas.
Siempre que andábamos de la mano,
se encajaban como un puzle. 
No había pieza más reluciente que la suya 
en un marco como el mío.
En cada esquina un beso
de tacto claro
recordándole su estrofa favorita a piano.
Cuando dormía
cada mueca que hacía en cada movimiento era un silencio
y cada silencio era toda la melodía
de la partitura de su rostro.
   Me la sabía de memoria.
Pero para mí,
cada vez que hacíamos el amor
el orgasmo era su mejor poesía
que solo me dejaba oírla a mí.

domingo, 18 de octubre de 2015

Su recuerdo

   Volviste a mi,
como cuando el asesino vuelve al lugar del crimen.
Dejando huellas 
estancadas en el fondo del pecho,
revolviendo los recuerdos,
dejando los sueños patas arriba
y al olvido perdido. 
Perdido por los nuevos caminos de tu piel,
por las curvas que llegan hasta tu sonrisa
chocándose con los baches de tu columna vertebral. 
   Me encantaba planear por el cielo de tus párpados,
contar las estrellas de las noches de tus ojos
y deslizarme por tu nariz como si fuese un tobogán,
acabando en las olas de tus labios.
Las noches eran menos frías en Invierno,
cuando la lluvia chocaba contra la ventana 
y el ruido del tráfico era nuestra melodía favorita.
Le encantaba que fuera su musa,
me escribía con todos los sentimientos que me hacía sentir 
y me dibujaba con cada sonrisa que me sacaba.
Conseguía abrazarme con cada palabra
que limpiaba la lluvia ácida. 
Y coloreaba con esos colores inciertos
los límites de mi horizonte torcido
para llenarlo de amor
y recordarme que con cada letra
sería como el último baile de nuestra boda.