Me decía que no escribía,
que había dejado de componer.
Pero cada vez que le miraba a los ojos
veía una nota musical
y cada vez que sonreía
era uno de sus pentagramas.
Siempre que andábamos de la mano,
se encajaban como un puzle.
que había dejado de componer.
Pero cada vez que le miraba a los ojos
veía una nota musical
y cada vez que sonreía
era uno de sus pentagramas.
Siempre que andábamos de la mano,
se encajaban como un puzle.
No había pieza más reluciente que la suya
en un marco como el mío.
En cada esquina un beso
de tacto claro
recordándole su estrofa favorita a piano.
Cuando dormía
cada mueca que hacía en cada movimiento era un silencio
y cada silencio era toda la melodía
de la partitura de su rostro.
Me la sabía de memoria.
Pero para mí,
cada vez que hacíamos el amor
el orgasmo era su mejor poesía
que solo me dejaba oírla a mí.
En cada esquina un beso
de tacto claro
recordándole su estrofa favorita a piano.
Cuando dormía
cada mueca que hacía en cada movimiento era un silencio
y cada silencio era toda la melodía
de la partitura de su rostro.
Me la sabía de memoria.
Pero para mí,
cada vez que hacíamos el amor
el orgasmo era su mejor poesía
que solo me dejaba oírla a mí.